La Sagra, diciembre 2010

Sábado 11 de diciembre de 2010.
En mayo de este año, Juan Luis y yo hicimos una salida que considerábamos fácil para quitarnos el gusanillo de montaña. 2010 ha sido parco en excursiones, entre otras cosas, debido a que Javi ha sido padre por segunda vez de otra niña, Julia, tan guapa como Daniela, su primera hija. La última salida anterior la habíamos hecho en Sierra Nevada Isidre, Javi, Juan Luis y yo, donde subimos un día a Cerro Pelado por la loma y el segundo día subimos por el barranco del Alhorí, con bastante nieve, donde presenciamos un accidente muy aparatoso aunque por fortuna sin graves consecuencias. Al llegar a la parte más alta del barranco, en el rellano que forma el circo, sobre las 13:00, mientras pensábamos si subíamos hasta el collado del Picón de Jerez o no porque se estaban formando nubes compactas que presagiaban una tarde pasada por nieve, observábamos a un grupo de escaladores que llevaba un buen rato parado en la parte alta más estrecha de un corredor de nieve, en la parte izquierda, que es cara norte, conocido como el Canuto. Nos preguntábamos porqué estarían tanto tiempo parados, convencidos de que tendrían alguna dificultad que les impedía progresar los últimos metros para alcanzar la parte alta de la loma. Alguno de nosotros comentaba que parecía que estábamos viendo un documental de montaña el rato que llevábamos allí quietos mirando hacia arriba cuando, de repente, vemos algo negro deslizarse desde el grupo de escaladores hacia abajo en vertical. Los primeros segundos no distinguíamos qué era lo que caía, pero enmudecimos al ver que aquello que bajaba en caída libre tenía brazos y piernas, no había duda ¡Era una persona! La caída debió durar unos segundos, en el primer tramo el cuerpo esquivó, gracias a la morfología de la pared, un grupo de rocas que, de no haberlas evitado, habría saltado al vacío para caer a unos 200 mts por debajo. Sin embargo, la trayectoria curva que siguió el cuerpo sin despegarse de la pared de hielo y nieve le vino a dejar a unos cien metros de donde estábamos, justo después de que un par de montañeros que iniciaban en ese momento la escalada del canuto intentaran pararlo sin éxito, teniendo que apartarse en el último momento para no ser arrollados. Todos salimos corriendo hacia él, que no se movía. Además de nosotros, otros grupos de alpinistas que estaban cerca de pero no habíamos visto al estar absortos observando el grupo de la pared, corrió a la vez hacia el cuerpo. De repente éramos un tumulto de más de diez personas rodeando al accidentado que aunque permanecía inmóvil, no había perdido el conocimiento. De milagro estaba vivo, pero tenía una pierna cruzada por debajo de la otra y no podía moverla, los brazos y la otra pierna sí los movía, pero no estaba como para salir andando precisamente, entre el shock y las magulladuras por todo el cuerpo. Entre varios lo desplazaron hasta apoyarlo en unas piedras grandes, en el centro del rellano donde aun daba el sol para que entrara en calor. Después del susto alguien consiguió contactar con la guardia civil y dio parte del accidente. Dijeron que enviarían a alguien en su rescate. Al rato, como allí quedaba bastante gente y nosotros no podíamos hacer nada más por él, iniciamos el camino de vuelta al refugio de Postero Alto, donde estábamos albergados. Javi cargó con la mochila del accidentado hasta el refugio. Durante el camino de vuelta oímos, en dirección al refugio ruido de helicóptero, dimos por hecho que se trataba del equipo de rescate. El cielo se tornaba más oscuro conforme avanzábamos. Llegábamos al cortafuegos convencidos de que el helicóptero ya habría rescatado al herido cuando nos encontramos a una pareja de guardia civiles allí parados con una camilla rígida en el suelo y hablando entre ellos. Nos acercamos y les comentamos que habíamos presenciado el accidente. El helicóptero los había dejado en el mismo refugio porque el tiempo no permitía el vuelo ni aterrizaje en el barranco. Estaban debatiendo cómo iban a subir hasta allí con la camilla y el material y luego volver con el herido en la camilla (por el barranco, con nieve, hay varios tramos complicados para bajar con un herido en camilla). Pensaban que no podrían ellos solos. Cuando Javi estaba a punto de ofrecerse, junto con Isidre, a acompañarles hasta arriba para ayudarles, un grupo de excursionistas que se habían acercado atraídos por la curiosidad, comentaron que ellos eran montañeros y que estaban descansados pero que no disponían de piolet ni crampones. Nosotros les ofrecimos el equipo nuestro y dos de ellos acompañaron a los guardias civiles.
Por la noche, después de cenar, la explanada del refugio era un hervidero de guardias civiles y vehículos que habían acudido hasta allí, parece ser que desde un curso de rescate que estaban haciendo cerca; seguramente acudieron todos los del curso aprovechando la ocasión para practicar. Al final llegaron con el herido bien entrada la noche, eran más de las diez cuando lo subieron a un todoterreno para llevárselo al hospital. De entrada, llevaba varias fracturas, pero nada que no tuviera arreglo. Por fortuna, todo quedó en un gran susto que seguramente no olvidaremos y que nos debe hacer reflexionar sobre la importancia de ser muy prudente en la montaña y la necesidad de extremar siempre las medidas de seguridad.
Desde esa salida, como decía, la única actividad montañera fue la excursión a la Sagra en mayo de Juan Luis y yo. Salimos un viernes por la tarde y dormimos en una pensión discoteca al lado de la gasolinera de Puebla de Don Fadrique. Habíamos salido con tiempo de verano en Valencia y cuando llegamos al pueblo estaba cayendo aguanieve y hacía un frio que pelaba además de haber unos nubarrones negros como la panza de un burro cubriendo el cielo. A la mañana siguiente el tiempo amenazaba lluvia y frio, mucho frio. Teníamos dudas de si debíamos cancelar la excursión o aventurarnos y, mientras tanto, decidimos comprar algo en horno de la plaza para desayunar. Nos atendió una lozana y amable panadera a quien le contamos nuestra intención de subir a la Sagra y le trasladamos nuestra inquietud sobre la previsión del tiempo. Ella, sabiamente, nos contó que cuando el viento sopla de nosedónde, tal y como lo hacía en ese momento, significa lluvia segura y que su marido había hecho la excursión anual con la gente del pueblo y que pasaron mucho frio. No subáis, no subáis. Fue su conclusión y consejo final. Nosotros no hicimos caso del consejo de la panadera y nos fuimos en coche hasta el hotel Collados de la Sagra desde donde iniciamos la subida. Subimos por el embudo, que estaba cubierto de nieve. Las vistas hacia el norte desde el embudo, con el cielo gris oscuro y las montañas de alrededor, todas más bajas que la Sagra, cubiertas de verde con las cumbres pintadas de blanco y algún rayo de sol escapándose hacia el horizonte, eran sobrecogedoras. Saliendo del embudo nos envolvió una densa niebla y la temperatura bajó en torno a cero grados. El fuerte viento hacía que la sensación térmica fuera de frio extremo y nosotros íbamos con equipo de verano, sin abrigo ni guantes ni gorro. Llegamos al vértice geodésico en pésimas condiciones, con la cara aterida y las manos congeladas. Paramos el tiempo justo para hacer la foto y salimos disparados para abajo tomando el camino de vuelta por el collado de las víboras, bastante más suave que el embudo. Paramos a almorzar a mitad de camino, ya con sol y sin tanto viento. Llegamos al hotel a buena hora para darnos una merecida comida homenaje, menú degustación. La digestión la hicimos paseando por un tranquilo sendero hasta la fuente del Monaguillo. Para cenar ya estábamos en casa. Durante el viaje de vuelta a Valencia comentamos que nos había gustado y que era un buen sitio para volver con Javi e Isidre.
Y eso hemos hecho justo ahora. Hemos organizado la excursión en una sola jornada para invertir el menor tiempo posible, ya que es un bien tan preciado.
Salimos el sábado 11 al as 05.00 de la madrugada desde casa de Javi, en Alginet, en el volvo v50 de Pepe. Durante el viaje nos guió Nieves Concostrina a través del tomtom. A pesar de sus concisas y persistentes indicaciones, Pepe, que condujo todo el camino, se pasó un par de salidas y tuvimos que dar algún rodeo por caminos de cabras a la altura de Jumilla. A pesar de todo, a las 08.10 estábamos desayunando café con leche (colacao en el caso de Juan Luis) y tostadas con aceite de oliva virgen y tomate rallado en el bar discoteca donde habíamos pernotado Juan Luis y yo siete meses antes. Acto seguido fuimos a visitar a la panadera para ver qué nos contaba. Nos desilusionamos un poco al encontrar a una mujer distinta, supusimos que su hermana, que ni tenía los encantos de la primera ni la gracia ni tampoco pintas de querer entablar conversación con cuatro desconocidos, así que compramos una torta grande con nueces por 1,50€ y salimos directos hacia el hotel Collados de la Sagra. Dejamos el coche en la explanada del cortijo que hay a menos de 1 km pasado el hotel. Cuando llegamos, ya había varios grupos preparándose para subir, iniciamos el camino a las 09.00 a la par que un grupo que tomó la vía directa del embudo. Una vez pasados los campos de cultivo, tramo que se hace pesado al ser de tierra gris arcillosa muy húmeda y formarse grandes zuecos de barro en las suelas de las botas, nosotros nos desviamos a la izquierda para buscar el camino del collado de las víboras. Previamente, durante un momento discutimos si seguir por un sitio o por otro, pero descartamos el embudo porque pensamos que sin nieve se haría muy pesada la subida. La montaña estaba casi completamente despejada de nieve. Resulta curioso que en mayo la hubiéramos encontrado cubierta de nieve de mitad hacia arriba y ahora, en diciembre, apenas hubiera rastro de ella. Encontramos el desvío sin dificultad y seguimos la senda que esquiva sinuosa los pinos, encinas y majuelos del camino, aún con el fresco de la mañana pero ya entrados en calor. Primera parada a quitar capas de ropa, seguimos en camiseta de manga larga. De pronto el bosque queda cortado por una impresionante pedrera que cae casi en línea recta desde lo alto de la montaña que puede tener más de 400 mts de longitud. En este punto el camino desaparece y, de forma intuitiva – o más bien instintiva –, empezamos a girar hacia arriba buscando la vertical pero evitando adentrarnos en la pedrera, lo que nos llevó a perder definitivamente el camino que en realidad continúa al otro lado de la pedrera pero desde la parte inferior y, desde ahí va buscando en diagonal hacia la izquierda el collado de las víboras. Cuando quisimos darnos cuenta, habíamos ascendido casi en vertical por el lateral derecho de la pedrera, siguiendo lo que a veces nos parecían trazas de senda y que en realidad eran paso de cabras montesas, al final salió el instinto rotovator: si las cabras pasan, nosotros también. Cruzamos la pedrera ya en la parte alta donde desemboca el camino del collado de las víboras de nuevo, antes del escalón de rocas que da paso a la loma cimera.



El día era espléndido, pero caminando por la loma en busca de la cumbre, corría un vientecillo que al pararnos junto al vértice geodésico a tomar algún bocado nos obligó abrigarnos. La pena es que había poca visibilidad a pesar de estar casi despejado y apenas se intuía Sierra Nevada al suroeste. Aún así, las vistas merecían la pena. Esta montaña tiene una orografía muy alpina y al tratarse del punto más alto entre Sierra Nevada y Pirineos, en línea recta, ofrece espectaculares vistas, hacia el norte, con buena visibilidad, se puede observar la sierra de Cazorla, Segura y las Villas y detrás Sierra Morena y Sierra Nevada y las sierras sur de Granada y Almería, incluido el observatorio de Calar Alto, por el sur. Arriba coincidimos con algunos grupos, entre ellos tres murcianos que dejaron su dedicatoria en libro de firmas antes que nosotros. La nota de color la puso una manada de cabras montesas que cruzaron la loma dando saltos en fila india en dirección de sur a norte, a unos cincuenta metros de donde estábamos sentados. El camino de vuelta lo hicimos por el collado de las víboras, ahora sin perdernos. A las 14.00 estábamos en el hotel Collados de la Sagra dando cuenta de nuestra esperada comida homenaje.
El viaje de vuelta no se hizo pesado. Condujo Isidre todo el camino y a las 21.00 ya estábamos cada uno en nuestra casa. Una bonita excursión que nos hemos prometido repetir en primavera, cuando haya nieve, para practicar la progresión por corredores de nieve.

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